escucho la vanalidad del silencio que me rodea. Me escucho a mi misma diciendo frases incansables e incontenibles, ciertos resultados que se hacen presentes en la cotidianidad de mi inexistencia. Escucho el parlancheo de la gente con la que no estoy a pesar de todo, pero que debo ver a diario. No hace falta sonidos propios ante la vulnerabilidad del desencanto que me compromete a permanecer en este sitio, en esta oficina que emite silencios ensordecedores, ante la nula capacidad de los respiros que se hacen invisibles ante la mirada desencantada de esta tarde de verano moribundo. Huele a conglomerado, pero el silencio envuelve el especio que me contiene. Huele a muchedumbre presa, copatrada y harta de doblegar a diario las posibilidades individuales del deseo; su fricción suena a vacío a infertilidad flotando en el aire de los ambientes encerrados que escupe la gran ciudad. Escucho las caparazones y el rechinar de las máscaras ensanchadas, maquilladas y quebrantadas de la convivencia laboral. El sonido del teclado se pierde en el silencio fatuo de las miradas perdidas. El sonido del fax se confunde con ruidos mentales que arroja el equipo de líderes. El sonido del cd trata en vano de ocultar los gritos reprimidos por las 17 paredes que encierran la vida de hoy, de ayer y de ¿siempre?
la intrascendencia del sonido de hoy se confunde entre los miles de sonidos oculos y descritos en las mentes y en las páginas de lo que escuchamos*
Gladys Mendoza Paredes
elypsys@hotmail.com
Toluca, Estado de México
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